
Hace unos días escuché a una compañera de trabajo saludar a una amiga con una frase que me sacó una sonrisa: “Usted cuente y exagere”. Esa expresión sencilla, cargada de complicidad, me recordó algo que a veces olvidamos: lo importante que es compartir. No solo compartir tiempo, sino emociones, historias y hasta exageraciones que nos hacen reír y sentirnos parte de algo.
Con los años, he conocido diferentes tipos de personas que se autodenominan “amistades”: los que solo están presentes para la diversión, los que existen solo en la pantalla de WhatsApp y los que, aunque nunca tienen tiempo para verte, aseguran que eres uno de sus grandes amigos. En esa diversidad, uno aprende a reconocer cuáles relaciones nutren de verdad y cuáles son solo vínculos superficiales.
La ciencia de la conexión
Daniel Goleman, en su libro Social Intelligence: The New Science of Human Relationships (2006), explica que nuestro cerebro está programado para relacionarse y resonar emocionalmente con otros. Las interacciones genuinas activan circuitos neuronales que reducen el estrés, fortalecen el sistema inmune y mejoran nuestro bienestar emocional. Goleman señala que compartir experiencias, incluso las más triviales, puede ser un bálsamo contra la soledad y la ansiedad.
Daniel Kahneman, en Thinking, Fast and Slow (2011), aborda desde otra perspectiva cómo la calidad de nuestras relaciones influye en nuestra percepción de la vida. Según sus investigaciones, los momentos más satisfactorios no necesariamente son los más grandiosos, sino aquellos en los que nos sentimos conectados y comprendidos. Kahneman destaca que la memoria de una experiencia está más ligada a cómo termina y a la intensidad emocional que a su duración, lo que explica por qué una conversación íntima y honesta puede perdurar más que un evento social masivo.
Saber qué damos y qué recibimos
Leyendo Los 5 Lenguajes del Amor de Gary Chapman, encontré un punto clave: hay personas que valoran profundamente el tiempo de calidad. Me identifiqué plenamente con ese perfil. No es el regalo, no es el gesto material: es el tiempo, la atención y la escucha plena lo que fortalece el vínculo. Entender qué tipo de atención demandamos y qué tipo necesitan nuestras amistades no solo evita malentendidos, sino que también construye relaciones más sólidas y sinceras.
Más allá del caos y la sobreinformación
Hoy vivimos en un mundo saturado de noticias, redes sociales y ruido constante. En medio de ese caos, una amistad genuina se convierte en un ancla emocional. Un café con alguien que te escucha sin mirar el celular, una caminata con una conversación honesta o incluso una videollamada improvisada pueden ser el recordatorio de que seguimos siendo humanos, conectados por algo más que algoritmos y notificaciones.
Así que la próxima vez que vea a un buen amigo, recuerde: usted cuente y exagere. Porque a veces, en la exageración, en la risa y en el simple acto de compartir, se encuentra la esencia de lo que nos hace sentir vivos.