
Lograr que un agente automatizado de atención al cliente funcione con inteligencia artificial no es simplemente una tarea técnica. Es una afirmación clara de que estamos dando pasos concretos hacia un futuro donde la tecnología trabaja a nuestro favor. Recientemente, logré crear mi primer agente utilizando Make.com, ChatGPT y WhatsApp. Aunque muchos ya dominan esta combinación, para mí representó un avance personal y profesional que quiero compartir, no como logro aislado, sino como ejemplo de que cada implementación, por sencilla o compleja que parezca, tiene un valor único.
El proceso no fue lineal. Requirió curiosidad, frustración, paciencia y mucho ensayo-error. Configurar el flujo, conectar correctamente a Airtable, estructurar los mensajes en JSON para mantener una conversación con contexto… todo eso fue parte de una experiencia real de aprendizaje, no de teoría. Cada vez que el bot fallaba, era una oportunidad para entender algo más profundo: no es solo “hacerlo funcionar” o como diría mi compañero de IA Arnaldo Almonte «esto no es magia», es comprender cómo las piezas conversan entre sí y cómo darle sentido a esa conversación automatizada.
Pero más allá de lo técnico, hubo un momento clave: cuando el agente respondió por segunda vez con contexto, como si recordara la charla previa. Ese instante, aunque invisible para un tercero, marcó para mí un antes y un después. Significaba que lo que hasta ahora parecía exclusivo de grandes plataformas, podía ser creado desde cero por cualquier profesional con visión, intención y acceso a las herramientas adecuadas.
Sé que hay personas mucho más avanzadas en este campo. Pero también sé que cada experiencia tiene el poder de inspirar a otros, sobre todo cuando viene desde lo auténtico, desde el proceso, no desde la perfección. No es solo un agente de IA: es la representación de lo que sucede cuando decidimos aprender por nosotros mismos, enfrentarnos al desconocimiento y seguir hasta que algo empiece a cobrar sentido.
Si estás leyendo esto y aún no te atreves a construir tu propio sistema inteligente, te invito a hacerlo. No porque sea fácil, sino porque es posible. Porque en el momento que logras conectar herramientas, pensamientos y propósito en una solución real, ya no estás “siguiendo la ola de la inteligencia artificial”: estás siendo parte de ella. Y eso, créeme, es una satisfacción que merece ser compartida.