
Las ideas tienen la mala costumbre de no avisar. Aparecen en el momento más loco: en medio del baño, justo cuando estás viendo un documental sobre ballenas o mientras saboreas un café sin pensar en nada trascendental. No respetan horarios de oficina ni rutinas de productividad. A veces, todo lo que necesitas es un instante de desconexión para que algo que estaba dormido en tu mente despierte de golpe.
Creo que hay una razón detrás de esto. Leer tantos libros como lo hago ha cableado mi sistema límbico para conectar puntos sin permiso consciente. Y es ahí donde sucede la magia. En ese rincón del cerebro que no entiende de lógica ni de calendario, sino de emociones y recuerdos. Existe una teoría que dice que el tiempo no existe, que es una construcción humana para poder ordenar lo que vivimos. De la misma manera, pienso que las ideas tampoco tienen un reloj. Viven dispersas, esperando que algo las dispare: una frase, un aroma, una imagen.
Por eso, no subestimes ninguna ocurrencia, por absurda que parezca. Si una idea llega, no la juzgues… anótala. Porque justo esa puede ser la chispa que transforme un proyecto, una conversación o incluso tu vida. Comparte tus ideas, escríbelas, exprésalas, sin importar el momento o lo “loca” que te parezca. Porque a veces, lo que hoy suena extraño, mañana se convierte en una genialidad.